sábado, 23 de agosto de 2008

Costa Rica ha vuelto a nacer (octubre de 2007, felo)

Hace mucho tiempo que mi país, Costa Rica, no me hacía ilusión. Mis primeros sentimientos juveniles y patrioteros se fueron debilitando por una educación iconoclasta, crítica, dichosamente liberadora pero que produce también una soledad y una desamparo que ya Sartre había explicado.   Pero ese desencanto con mi país se debe sobre todo a que desde que nací y tengo uso de memoria muy pocas cosas que han sucedido aquí me han puesto orgulloso. 

Sólo puedo recordar el Premio Nobel, muy idílico en su momento, pero que luego fui descubriendo que encerraba un desprecio por el trabajo en equipo no sólo de los Presidentes de todo Centroamérica sino de los propios funcionarios de ese gobierno. 

Al cabo de los años, el portador de esa distinción reveló su peor faceta, la arrogancia, las ansías de poder, la codicia y el desprecio por la gente sencilla. 

Al cabo de los años ese premio se nos ha convertido en una carga nacional y su portador es ahora la cara de una élite disfuncional, autista, codiciosa y a menudo antidemocrática.   

Otro hecho reciente que recuerdo fue la movilización social para derrotar el intento de esa élite de privatizar el ICE, esa institución emblema de nuestro desarrollo. Eso fue pura resistencia pacífica, primero de los sindicatos y universitarios y luego del país. 

Al cabo de los años, nos dimos cuenta que quienes habían impulsado esa reforma, incluido el Presidente de la República habían recibido sobornos de las compañías trasnacionales con intereses en el sector. Para verdades el tiempo.   

Pero este domingo 30 de setiembre, esta semana de octubre de 2007, me he sentido feliz de ser parte de esta Costa Rica que quiere volver a ser diferente. Ya lo hemos hecho antes.   En 1856 la expansión estadounidense hizo llegar un ejército de filibusteros a Nicaragua, que cayó rendida por sus diferencias internas, el resto de Centroamérica observó pasiva el curso de los acontecimientos. Costa Rica se levantó en armas para detener “la oprobiosa esclavitud” en palabras de Juanito Mora, fue a Nicaragua a luchar, luchó en Rivas y luchó en Santa Rosa y al cabo de un año los campesinos descalzos vencieron a los estadounidenses. Más del 10% de la población nacional murió en esa gesta.   La década de 1940 también nos distinguió. Una alianza inédita entre la Iglesia Católica, el gobierno conservador y el Partido Comunista permitió aprobar las reformas sociales: el Código de Trabajo, crear la Universidad de Costa Rica, fundar el sistema de salud, entre otras cosas, y sentar las bases del estado social. En esa misma década dos bandos se enfrentaron en guerra civil, pero la paradoja fue que el bando vencedor entregó el poder al presidente electo, abolió el ejército y continúo la senda iniciada años atrás: nacionalización bancaria, distribución de la tierra a los campesinos, democratización de la electricidad y la telefonía. Mi país disfrutó de un modelo solidario que logró reducir la pobreza, distribuir la riqueza y convertirlo en líder moral en el mundo. Años después los Centroamericanos se desgarraron en guerras civiles para conseguir esto y aún hoy no lo logran.   

Pero en las décadas de 1970 y 1980 todo se empezó a derrumbar, corrupción, desgobierno, ajuste estructural, deuda y la codicia, ese perro hambriento que siempre nos acecha. Desde entonces la nueva élite ha querido desmantelar eso que nos distinguió.   

Este domingo 30 de setiembre, esta mañana típica de la época, “huele a agua” pero otra cosa está pasando. En el Paseo Colón miles de personas están reunidas por la misma cosa. En medio de los árboles de la avenida, la vista alcanza para darse cuenta que casi un kilometro de una calle de 4 carriles está llena de gente, serán 20.000, 50.000 o serán 100.000, no importa, son muchos más que en las manifestaciones del combo y mucho más de lo que nunca he visto.   Nos acercamos a la tarima principal en medio de máscaras, pancartas, arte, risa, ostentando alegría, música. Arriba un anciano, un padre de la Iglesia Católica, de la estirpe de Monseñor Romero, antes de hablarnos de justicia social, se aclara su garganta y con voz de trueno nos pide cantar la patriótica costarricense: “Costa Rica es mi patria querida… La defiendo, la quiero, la adoro y por ella mi vida daría, siempre libre ostentando alegría, de sus hijos será la ilusión.” No pude sostener las lágrimas y lloré como muchos otros a mi lado, de emoción, de alegría, un poco de rabia, pero sobre todo de patria.   

Ese día nació esa canción para mí, pero sobre todo la ilusión de que en Costa Rica algo puede cambiar. Podemos ser diferentes otra vez, el mundo nos está observando.   Queremos comercio justo, queremos otra globalización, queremos autonomía para decidir qué hacer con nuestras instituciones, queremos cuidar nuestros mares y bosques, queremos tener menos pobres, queremos equidad, oportunidades, trabajo, “no pido eternidades llenas de estrellas blancas. Pido ternura, cena, silencio, pan y casa…” (Hombre, Debravo). 

Tengo una bandera, ya raída, con mi estandarte escrito a mano: “Costa Rica libre y solidaria”. La amarro en mi espalda, salgo a la calle, respiro patria. Voy a votar y espero que la mayoría de costarricenses hayan llegado a la misma reflexión. De todas formas algo cambió ya, después de esta semana no somos los mismos. La patria es nuestra ilusión, ostentamos alegría.

lunes, 11 de agosto de 2008

Negación del fútbol, las mujeres y la birra

Negación del fútbol, las mujeres y la birra (o del destino de los dictadores)   
Felo   

No, no y no. Lo siento por el lector que esté siendo testigo de este arrebato, pero me niego a ser víctima de esta imposición.   Un amigo mío, Tavinski, me invitó, casi como una obligación a escribir sobre “el fútbol, las mujeres o la birra” (perdón Marito). El último caso que conozco, en el que obligaron a alguien a escribir sobre un tema, es el de Martín Romaña, a quien su amada Inés, (no es mi caso) le sugirió a manera de mandato (sí es mi caso) escribir sobre un sindicato de pescadores de la costa peruana. Lo que resultó fue un terrible libro, llenó de alusiones ideológicas y desilusiones amorosas, sin contar con otras exageraciones como las hemorroides del señor Romaña.   Precisamente como  no quiero terminar en un viacrucis como el de Martín, decidí revelarme contra las imposiciones de Tavinski. Es más para que vean la osadía a la que ha llegado mi amigo, les voy a contar la última de sus tiranías. Cuando supo que lo iba a incluir en esta historia me pidió que lo caracterizara como un húngaro, a pesar de que él es absolutamente tico. Se puede imaginar que atrevimiento, venir a imponerme personajes, faltaba más.   En todo caso, ante el peligro de que no me publiquen lo que escribo voy a referirme a los tres temas mencionados.   
Definitivamente hay que empezar por la mujer, que es a donde todo comienza y donde todo termina. Se pueden decir cosas corrientes: “te quiero mi amor, no me dejes solo, mira que yo lloro” (ver cantante cubano), pero eso sin duda se encuentra en cualquier tarjeta de esas que se compran en Hallmark para el 14 de febrero. Como en esto el papel aguanta lo que le pongan, se pueden escribir todo tipo de divagaciones, canciones, olas del mar a nombre de la amada, hacer tratos, proponer tácticas y estrategias, escribir los versos más hermosos y dormir en hondonadas. Como ven prefiero remitirme a otros, pero en otro momento, cuando hablemos del amor. Por ahora el que siga interesado me puede preguntar y hablamos con calma.   
En el tema del fútbol me parece que aparte de lo de Eduardo Galeano, no se puede escribir mucho. Sobre todo ahora que hasta los gallos hablan del deporte sólo para vendernos una tele. Hago la importante aclaración de que para mí el fútbol es más que un deporte y que lo he vivido intensamente. Precisamente ahí está el detalle (como diría Cantinflas o un profesor de Teoría Política y Trivialidades Afines), el fútbol o se ha vivido o no se le entiende, por más de que uno pueda escribir maravillas sobre él. Sólo si se ha jugado bajo la lluvia, pensando que se está en una final en el Santiago Bernabeu o si se ha gritado como un loco en algún estadio local, sabe uno de que se trata. Prefiero gritar un gol a mil páginas escritas sobre fútbol.   
La birra es el último tema al que Tavinski quiere que me refiera, pero sucede algo semejante a con el fútbol. Se podrían explicar sus componentes o su delicado equilibrio químico, así como sus efectos colaterales. Pero parafraseando a Octavio Paz, podemos decir que la birra no es un decir es un hacer y cuando digo esto la birra o se acabó o se calentó (como suele suceder en el café cultural Massé).   
Ahora que ya dejamos atrás los formalismos temáticos vamos a ir al fondo del asunto. Recientemente me enteré de una situación muy particular, que le va a servir a mi amigo Tavinski como escarmiento por si decide continuar por la senda del autoritarismo en la que peligrosamente se inicia.   La historia es una nueva versión de mitología griega, es la historia del antiprometeo moderno, ya que cuenta como los dioses griegos volvieron al mundo de los mortales en pleno siglo veinte y se sorprendieron e indignaron tanto que decidieron hacer algo al respecto. Me refiero sobre todo a las incontables dictaduras y guerras que inundaron el pasado siglo. Antes de continuar debo advertir que el carácter de los dioses había cambiado con los siglos, ya que durante todo este tiempo estuvieron en un congreso filosófico para replantear su papel en el mundo (cualquier alusión con partidos políticos resulta obvia), y decidieron fundar el Salón de la Justicia en pleno Olimpo. Así es como al ver en lo que había terminado el regalo de Prometeo, esto es guerras, armas nucleares, represión, desapariciones y violencia, decidieron condenar a todos los dicatorzuelos y generaluchos del siglo veinte.   Después de una reunión intensa de la Comisión de Dioses por una Humanidad Mejor decidieron adaptar la condena de Prometeo a los tiempos modernos. Por supuesto que no pudieron encontrar un monstruo tan disciplinado como para comerles las tripas a cientos de condenados todos los días (son otros tiempos). Así que decidieron hacer que todos los generales, tiranos y bichos perversos en general, cuando murieran (los dioses no estaban de acuerdo con la pena de muerte), iban a ser reencarnados en escusados y letrinas de todo el mundo. Con esto se aseguraban que todos los criminales encontraran condena, porque aunque son muchos sin duda son más los escusados.   Así el primer criminal en morir fue Pinochet, quién se creyó por muerto, libre de toda culpa, pero no. A él le tocó convertirse en una letrina de una academia militar, donde por pura ironía cientos de hombres de su propio ejército hacían sus deposiciones diarias. Pinochet recibía mierda todo el día, de vez en cuando uno de sus colaboradores lo limpiaba como previendo que él también llegaría a ser letrina algún día. Pero igual no faltaba algún soldado que en plena noche y por culpa de haber comido refritos, garbanzos y chicharrones, se levantara con un ataque de incontenible diarrea y llenara a Pinochet con despojos humanos del tipo más bajo.   Así la rutina continuaba todos los días, Pinochet por momentos se veía libre de su castigo, y cual antiprometeo moderno sus tripas le crecían, pero los hombres siempre volvían del campo a desahogar sus vejigas y tripas y al generalucho no le quedaba más que resistir enmierdado su castigo.   Después de Pinochet le seguirían muchos más, que de acuerdo con una tipología de sus crímenes eran condenados a ser letrinas o escusados, y según la cantidad de atrocidades eran asignados según la cantidad de personas que hacían uso de ellos. Por ejemplo a los más afortunados les tocaba ser el escusado de una abuelita viuda que padecía de estreñimiento, pero a otros como a Pinochet les tocaba recibir regimientos enteros.   El único problema es que los generales vivos aún no sabían del castigo que les esperaba y continuaba engrosando las listas de posibles letrinasgos. Como ven a otros si nos llegó la historia. Por ello a partir de este momento quedan todos advertidos del destino de los dictadores y tiranos. Además, si pensamos que diariamente estamos condenando un tirano, podemos deponer nuestros restos con un sentido de justicia superior.   

Noviembre, 2002.