viernes, 8 de enero de 2010

Costa Rica o Costa Rota?

Felipe Alpízar R.

Estas últimas semanas de la campaña política de cara a las próximas elecciones de febrero de 2010 vienen cargadas de mensajes, promesas, informaciones y desinformaciones, verdades y mentiras. Así funciona la democracia de audiencia, aquella que se libra en los medios de comunicación. Y a pesar de que el ruido mediático trata de fijar en nuestras mentes cuáles son los “principales problemas” del país, afuera de los medios ocurren otras cosas que también son importantes.

Desenmascar todas las promesas vacías de esta campaña sería una larga tarea y sospecho que los y las costarricense sabe distinguir cuando les mienten o no les dicen toda la verdad. Sin embargo, hay un elemento común a muchos de los problemas que enfrenta el país que no es nombrado o no es tan fácil de identificar. Algunos ejemplos pueden ayudar.

Imagínese que está sentado en un taxi o manejando su propio vehículo en una larga fila, con paciencia y educación, tratando de aguantarse las ganas de hacer sonar la bocina y de pronto un autómovil pasa por la cuneta y se coloca de primero en la fila. Usted siente una cierta rabia, pero se contiene. La persona que maneja el vehículo que se “coló” seguramente pensará que es el más astuto, el más “carga” y que esperar en la fila es un atraso o es de tontos. Obviamente acá hay un desprecio por los demás, por las normas sociales, por la autoridad, cierto cinismo y por supuesto un individualismo egoísta al extremo.

Ahora imagínese que a usted le gusta hacer ejercicio, digamos salir a caminar o andar en bicicleta por la zona de Escazú o Santa Ana. Si usted se da cuenta en estos lugares como en muchos otros, existen casas lujosos con ostentosos carros parqueados en sus cocheras que conviven con otras más humildes, pero lo reto a que encuentre una acera decente por donde caminar. ¿Por qué? ¿Porque los dueños de los condominios o de las casas de lujo no construyeron aceras? Sin entrar a valorar la responsabilidad de la municipalidad, en este ejemplo podemos encontrar la misma actitud egoísta e individualista del anterior caso. El dueño de la casa podría pensar que mientras su propiedad dentro de los altos muros sea bonita y segura, el entorno no importa mucho. Y en esta actitud también hay un desprecio por el otro, el que se ve obligado a caminar por la calle estrecha. Y esto es una manifestación de la cultura del cinismo y el “sálvese quien pueda” características de nuestra sociedad, un irrespeto a las normas sociales de convivencia y por supuesto a las reglas estatales.

Si usted piensa por un momento en otros problemas sociales en estos términos podrá entender otras cosas. Por ejemplo, si piensa en la corrupción como un acto en que un individuo toma recursos que son de todos para su beneficio privado también podría sospecharse de esta misma conducta individualista, donde la única norma que parece prevalecer es ese lema popular que le oí a un taxista el otro día: “primero mis dientes, después mis parientes.”

Y que tal si tratamos de pensar en la inseguridad, un fenómeno complejo sin duda, en estos términos. ¿Será que podemos defendernos sólos, como individuos aislados en una selva de concreto y rejas donde el más fuerte es el que gana? Y que pasa si hay otros más “astutos”, más violentos, mejor armados que nosotros. ¿Qué significa perder la competencia individualista en el tema de la seguridad?

Puede ser que el costarricense siempre haya sido así, egoísta, individualista y enmontañado como diría Constantino Láscariz. No lo sé, pero añorar un pasado donde la convivencia podría haber sido mejor, si lo fue, debería servirnos para entender qué fue lo que se perdió. En los últimos años, informes e investigaciones muy serias han abordado estos temas y dan señales preocupantes, pero muchas de estas cosas están a simple vista. Las relaciones de confianza, reciprocidad, respeto por el vecino y por las normas sociales y estatales son como el cemento que mantiene unidos los bloques de una sociedad. Sin ese cemento, la sociedad se rompe y se cae y provoca aún más dolor y muerte que un terremoto.

En los últimos 30 años en Costa Rica se ha repetido incansablemente el discurso de que el Estado no sirve, de que todos roban, de que los funcionarios públicos son ineptos y de que el único camino posible es buscar el beneficio privado y personal. Esto es un discurso que a fuerza de repetirlo se ha grabado en la mente de las personas y no sólo es importante determinar si es cierto o no. Los ejemplos anteriores intentaban explicar que ese discurso tiene consecuencias y límites y se traduce en problemas cotidianos. Porque el Estado no es sólo un conjunto de instituciones, eficientes o no, sino también la mayor expresión de la voluntad de vivir juntos de acuerdo con unas reglas de convivencia social. Cuando se afirma que el Estado es el problema, que es demasiado grande y se le descuida hasta que termina maltratando a sus ciudadanos (calles malas, platinas, puentes que se caen, personas sin techo o comida), se está dinamitando la confianza de las personas, su voluntad de vivir juntos, de respetar las reglas. Y contribuye, junto con otras cosas, a que las personas piensen que lo mejor es salvarse a como haya lugar, despreciando al Otro. El Otro que llegó tarde al trabajo por las largas filas, el Otro que atropellaron porque no había acera, el Otro que asaltaron.

Prefiero creer que esa actitud de individualismo cínico, de sálvese quien pueda, no está presente en todos los costarricenses y que muchas veces actuamos movidos por otras fuerzas de convivencia social como la solidaridad, la amabilidad, la confianza y el respeto por el Otro. Pero también se debe comprender que las sociedades no son un mercado, ni son una suma de individuos aislados luchando unos contra otros por un beneficio privado, en el que gana el más fuerte. Porque si las sociedades se plantean así, se justifican así y las instituciones funcionan de acuerdo con esa dinámica, no debemos extrañarnos si un día nos toca perder en esta competencia. Porque como individuos aislados no podemos resolver los problemas que son comunes, porque su carro 4x4 no puede pasar por encima de la fila, porque los muros de su condominio nunca serán lo suficientemente altos, y sus armas nunca serán las más fuertes. Y sobre todo porque los “perdedores” en esta competencia son personas como usted, con rostros, sueños e ilusiones.

Lo reto a que busque más ejemplos de este comportamiento individualista en su vida cotidiana y si encuentra un candidato que le parece que tiene la solución a este problema le ruego que me escriba y me diga cuál es.

San José, 8 de enero de 2010.
Correo: felipealpizar@hotmail.com