viernes, 30 de mayo de 2008

Un recodo en la oscuridad

La oscuridad poblando la mirada angustiosa de un niño se levantó furiosa e infranqueable. 
Aquel niño se enfrentó a una epopeya imposible de tantos miedos. Tomando prestado cierto valor ancestral, penetró en la cueva: logró dar algunos pasos hacia adentro, pero el aire se le hizo demasiado espeso, sus poros se cerraban asfixiándole. Se arrastró hacia fuera donde pululaban las personas y haciendo un esfuerzo para alcanzarlas se colgó de las faldas de un hombre grande y pesado que le miró violentamente. 
El niño se deshizo en lágrimas mientras le pedía que lo acompañara en la penumbra. El hombre indiferente ante el niño, siguió su camino, mientras el pequeño vacilaba en su desconcierto. 
Guiado por su inocencia, el niño entró de nuevo en la fría  caverna, caminó con paso vacilante hasta que asomó lentamente su cabeza en un recodo de la cueva. La visión lo aterrorizó: un horrible monstruo se columpiaba amenazante en la penumbra.   
Salió corriendo de la cueva y persiguió aquel hombre muy grande y fuerte para él, que ya rondaba parajes lejanos. Tan grande fue la voluntad del pequeño que logró llegar hasta él. Lloró y lloró como tratando de iluminar su noche mientras le aseguraba al gigantesco hombre de rostro indiferente que a poca distancia de allí en un recodo de la oscuridad acechaba un monstruo terrible que esperaba el sueño del niño para acometerle sin piedad. 
El hombre puso rostro severo, tensó los músculos de sus brazos amenazantes, hizo un esfuerzo por decir algo, pero se contuvo. Miró al niño de reojo y partió sin prisa, siguiendo su camino casi de memoria. El niño, en medio de la nebulosa de sus lágrimas, vio como el viejo doblaba a la derecha en dirección a la cueva y luego vio como aquella figura se deformaba monstruosamente al penetrar en la oscura gruta de su indiferencia. 

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