martes, 19 de abril de 2011

Emma

“Las cosas empezaron a andar mal cuando Manchas se escapó de la casa…”
Esteban Piranessi

Desde el día que Emma perdió la cartera, nunca fue la misma. Debajo de un higuerón enorme en el parque España, la niña lloraba desconsoladamente mientras los adultos leían poemas sobre amor y desamor en un festival de arte, indiferentes al vaivén marítimo del llanto de su hija. Pero entre esas lágrimas inocentes y la voz y los dientes apretados de los otros, hay una línea continúa pero zigzagueante. La niña no pudo encontrar su cartera con la carta que le regaló su amiga y un par de postales de su cantante preferido.

Y este es el punto de partida de sus ausencias, sus derrotas y sus pérdidas. Tal vez ella no se da cuenta que sus padres ya no están juntos o que Michael Jackson murió hace un par de años. Tal vez, en su cartera ahora perdida yacen los restos de su pequeño recodo de luz, esa a la que se aferra cuando las arañas de la indiferencia y la violencia le acechan en la soledad, en sus juguetes y sus noches sin dormir.

Luego vendrán otras muchas cosas que seguirán mal, perderá al amigo que morirá joven, su padre se esconderá en el trajín de los talleres y le romperá el corazón. Empezará a notar la ausencia del hermano que nunca tuvo ni tendrá, empezará a querer a su novio del cole hasta que un día él le dirá que se vaya de la casa. Un par de bolsas negras -de esas de plástico- con libros, discos y ropas enmohecidas serán todo su patrimonio. Él se encargará de sumar otra ausencia y otra derrota, y será tan cruel como para borrar hasta la imagen del amor que alguna vez tuvieron pero ya nunca más volverá, una nueva cartera que coleccionó pequeños matices del amor pero que también se perderán por la violencia de él y del tiempo. Le hundirá fragmentos de vidrio en su vientre de cisne blanco hasta que la sangre le manche las plumas y le obligue poco a poco a cubrir la ausencia con furia o resignación. Y también se irá el padre de él, el que ella nunca tuvo y las llamadas en diciembre serán sólo ecos de la muerte. Y un día tendrá que decirles a los hermanos de él, aquellos que le enseñaron el oficio de la solidaridad, que ya no les puede ver porque la sangre de su pecho blanco ya no le alcanza para más.

Y vendrán otros a sumarse a su lista de derrotas, un día perderá a su propia madre, verá a los amigos de la infancia alejarse por un camino lleno de gente, su perro morirá sin que ella se entere y le dirá adiós -sin siquiera titubear- a ese hombre alto de los ojos grandes y tiernos pero confundidos. Ella, cada vez más sola y más distante, empezará a coleccionar ausencias como quien recoge postales, con la misma frialdad de quien ya ha visto casi todo. Y un día, mientras espera para leer sus poemas, soltara los puños y los dientes para ir a abrazar a la hija de su amiga que llora sola en el parque.

Ferdonello Gueco (Felo)
La Boca del Monte, 18 de abril de 2011.

Saturno devorando a un hijo

Es algo bastante común que en sus oficinas los ministros o diputados exhiban un cuadro o una fotografía del Presidente o de la figura política que admiran. Por ejemplo, entiendo que un cierto diputado herediano tiene la foto del Ex Presidente Óscar Arias en su despacho legislativo. A mí me gustaría proponer que en esos espacios públicos, aunque sea en un rincón, también exhiban la pintura de Francisco de Goya titulada Saturno devorando a un hijo.

El cuadro pertenece a la época de las pinturas negras de Goya y según el sitio web del Museo del Prado representa el miedo a perder el poder. Otros especialistas sostienen que es una pintura psicoanalítica y otros que es una representación del avance del tiempo y el miedo a la muerte. Creo que en el fondo todas esas interpretaciones están relacionadas, pero la recomendación de decorar las oficinas públicas con ese cuadro es obviamente una advertencia sobre el ejercicio del poder.

Hay una frase famosa de Lord Acton que dice que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Mucha gente suele repetir esta frase, pero a mí la verdad no me gusta. Su uso descontextualizado para una dinámica tan compleja como la política me resulta simplista, pero sobre todo no creo que sea cierto que necesariamente el poder corrompe. El poder nace de una relación desigual entre dos sujetos que posibilita a uno de ellos a condicionar el comportamiento del otro, ya sea para impedir que se hagan cosas o para obligarle a hacer su voluntad. El poder también se puede utilizar para condicionar los deseos del otro. Pero el ejercicio del poder también permite que la institucionalidad se dirija en una determinada dirección y hace posible que se concreten proyectos como por ejemplo organizar un festival de artes, proteger un bosque, construir casas de interés social o escuelas, vetar la minería o la explotación petrolera y tener museos donde se exhiban pinturas como la de Goya. Ninguna de estas iniciativas se puede realizar sin poder.

Si uno tiene en mente la pintura Saturno devorando a un hijo y luego se entera de la historia de Aung San Suu Kyi en Birmania , entiende el valor de su visión distinta del poder: "…No es el poder lo que corrompe sino el miedo. El miedo a perder el poder corrompe a los que lo tienen y el miedo al azote de quienes lo ostentan, corrompe a quienes están sometidos." Entonces se piensa en Egipto, en la corrupción de Mubarak y en los valientes que vencieron el miedo a los azotes. Y puede ser que el ejemplo de Túnez y Egipto se extienda a otros países y que la valentía de los dominados motive a otros a la rebelión contra ese ejercicio del poder desaforado, violento y corrupto. Ojalá (para usar una palabra de origen árabe).

Cuando se analiza la situación política de Costa Rica también se puede pensar en la pintura de Goya y en Aung San Suu Kyi. El gobierno de Laura Chinchilla está luchando contra ese gigante de Saturno que la tiene aprisionada, ya le ha comido la cabeza, un brazo entero y una mano por donde gotea sangre. La pintura es clara, la fuerza de las manos de Saturno es tremenda y le hunde las uñas en la cintura, que por cierto a mí me parece de mujer. Saturno está viejo, tiene los ojos desorbitados y en su rodilla izquierda se muestra una especie de vendaje. Es evidente que Saturno tiene miedo de perder el poder y eso lo lleva a corromperse en sus intentos desesperados para seguir en el control. Ese parece ser el caso Ben Alí, Mubarak, Gadafi pero también del liderazgo clientelar de los hermanos Arias y su séquito liberacionista.

Pero en realidad ya no estoy tan seguro de si en la pintura, el hijo o hija que está siendo devorada es Laura Chinchilla. También se me ocurre pensar que más que una lucha interna por el control de la clase dominante y por ende del país, estamos frente a unos intentos desesperados para seguir gobernando como si el país fuera una finca dirigida por gamonales del siglo XIX. La forma que en la actualidad tiene la mordida de Saturno es el descrédito de lo público, la corporativización de la política y el beneficio de unos pocos. La cabeza que le falta al hijo de Saturno es el desastre ambiental, las personas que murieron en el derrumbe de San Antonio de Escazú por la desidia oficial, la persona que será atropellada en la carretera a Caldera por la falta de puentes peatonales o simplemente la violencia estructural y la desigualdad social. Saturno nos robó lo público, la institucionalidad social y quién sabe cuántas cosas más. O tal vez tenemos miedo al azote y permitimos que nos sigan devorando, no sé, pero no me gusta que nos entierren las uñas en la cintura ni que nos arranquen la cabeza.

Felipe Alpízar R.
La Villa de la Boca del Monte, San José.
22 de febrero de 2011.

El Malacrianza y el montador; la palabra y la dominación.

Mientras el planeta se nos descompone, algunos ambientalistas nos llaman a pensar de la misma manera como lo haría la naturaleza, a imitar sus formas, a entender sus equilibrios, biomímesis le llaman. Claro que esto no es nada nuevo, hace siglos -por ejemplo- muchos grupos indígenas americanos organizaban sus campos de cultivo de forma que existiera diversidad de plantas para que así su huerto pareciera más bien un bosque. En cualquier caso, uno se pone a pensar en el presente y cómo esta metáfora nos puede servir para entender algunas cosas.

Entonces uno se topa con varias noticias de los toros en Zapote y recuerda la historia del Malacrianza. Este toro es un animal de 700 kilos, de color negro en su cabeza y blanco en el lomo. Creo que los entendidos en la materia lo llamarían un toro pinto. Cuando lo llevan al redondel debe soportar el pesado viaje desde playa Garza (Guanacaste) para luego ser montado por un hombre que clava las espuelas en su lomo, mientras otros ajustan el pretal y por si el toro no fuera bravío le dan un acicate eléctrico considerable. Y uno no se explica por qué las personas van a los maltrechos redondeles de este país a ver ese espectáculo tan extraño pero luego uno oye comentarios de admiración por el toro, que a menudo gana en su faena. Dos montadores han muerto ya en sus lomos.

Entonces se piensa en la metáfora de la biomímesis, ¿Qué significaría pensar como un toro, en especial como el Malacrianza? Sin duda, el toro es un animal completamente ajeno a su destino, atado por mecates o cercado por un corral, probablemente destinado a convertirse en un trozo de carne en nuestra mesa o tal vez a ser el padrote o semental de muchas vacas nacidas para ese gastronómico fin. Tal vez su bravura lo ha salvado de una muerte prematura. La verdad, no creo que el Malacrianza piense ninguna de estas cosas, de hecho ni siquiera se debe dar cuenta de su absoluta heteronomía, de la dominación que sufre desde que nació.

Algún politólogo diría que el ejercicio más perfecto del poder se daría en aquella situación en la que la persona dominada ni siquiera es consciente de que su dominador configura sus deseos y le impone así un destino distinto a aquél que escogería si estuviera en libertad. Es la visión radical del poder que además define la dominación como aquella situación en la que se le impide a una persona vivir plenamente y satisfacer sus necesidades básicas según su voluntad.

Sospecho que quien postuló esa visión del poder estaría encantado de analizar el caso de Costa Rica, el país de la dominación simbólica y del poder perfecto, sutil pero implacable. No hace falta policía ni ejército para dominar a este país, para eso tenemos los medios de comunicación que sirven de plataforma y re-producen los discursos ideológicos que nos mantienen dominados. Basta que lo diga Repretel, Canal 7, La Nación o la Extra para que muchos crean que esa noticia o ese enfoque es una verdad absoluta que luego defienden como si fuera su opinión personal. Sí, como loras, para seguir con la metáfora, en fin…

El Malacrianza tampoco entiende por qué lo llevan a ese redondel, por qué le atan un mecate al lomo, por qué alguien le clava una espuela en su barriga, por qué lleva una vida tan miserable. Pero algo le incomoda, el montador para ser exactos. Y basta que el Cañero diga “puerta” para que el Malacrianza empiece a sacudir sus 700 kilos de músculo y furia hasta dejar tendido sobre la arena al pobre valiente que pensó que lo podía dominar. O pobre imbécil, no sé.

Creo que los espectadores sentados en las tablas de madera del redondel sienten más admiración por el toro que por el montador. Tal vez en el fondo saben que el bravío toro sólo hace lo que resulta lógico: que si a uno lo encierran, lo montan en un camión inmundo, le clavan una espuela y le meten un chuzo eléctrico lo único que queda es pegar brincos y usar los cuernos para tratar de quitarse de encima ese peso que le molesta. Creo además que el dueño del Malacrianza atinó en ponerle ese nombre, porque un toro que se rebela tanto es uno que rompe con lo que le han enseñado, seguro sería seguidor de Althusser.

Tal vez la palabra sea como una cornada contra la dominación, tal vez nos podamos rebelar contra la agenda de temas que nos imponen los medios. Porque así como el montador puede parecer un imbécil, la agenda de la opinión pública de este país también. Y empezando por lo de Isla Calero, se me ocurre que tal vez podamos poner al Canciller a montar al Malacrianza y regocijarnos con la tribuna que se pone de pie para aplaudir el momento cuando el toro deja al ilustre Ministro dialogando con la arena. Tal vez hasta tengamos que llamar al Chirriche y a otros famosos y furiosos toros para dar abasto con el afán de rebeldía de la gradería y seguramente tendremos que lidiar con el riesgo de que la lista de montadores se nos vuelva interminable. Tal vez este país algún día se dé cuenta que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo y por tanto tiempo. O tal vez no. Por mientras, podemos pensar en biomímesis y oír la Cumbia del Malacrianza. O enterarnos de las noticias que llegan desde Túnez y Egipto.

Felipe Alpízar R.
La Villa de San José de la Boca del Monte,
17 de enero de 2011.

lunes, 1 de noviembre de 2010

La geografía del deseo y el exilio

Crecí en un país en guerra. Desde mi oscura fragilidad de niño oía a menudo el retumbo de las bombas, las paredes agrietadas, el polvo en la mesa de la cocina, la violencia colgando de un clavo a la entrada de la casa. La guerra empezó varios años antes de mi nacimiento y aunque no se concebía tregua alguna, supongo que en uno de esos momentos cuando los cañones toman un respiro y los soldados buscan sus amantes, mis padres aprovecharon la oscuridad de una noche sin luna para amarse como si no existiera la guerra.

Pero la guerra volvió y nos transformó a todos en mujeres, niños y hombres oscuros, torpes, con un sabor amargo en la boca y sin otro oficio que la violencia constante y cotidiana en la tele, en el carro, en el parque, en el corredor. Yo sabía que mis padres pertenecían a bandos distintos, eso al principio no parecía importar pero a menudo el padre de mi madre venía a la casa y nos encerraban a nosotros en un cuarto, detrás de esas paredes de madera que filtraban las arañas, la luz y los gritos. Casi me parece escuchar a mi abuelo y mi padre discutiendo y mi madre llorando en silencio.

El día que cumplí diez años se acabó la guerra pero para nosotros no hubo bailes en la calle, ni flores, ni besos volados. Aunque el bando de nuestra madre había vencido, para nosotros la única victoria fue el exilio. Un exilio árido, precedido de más violencia, amargura, llantas que chillaban en la noche, vencidos que desaparecían, rebeldes que claudicaban con el destellar de los bombillos. Mi padre estuvo preso seis meses y cuando salió no era el mismo: el brillo de sus piernas, la sonrisa de sus brazos, la alegría de su espalda ya no estaban, se habían apagado. Salimos del país en agosto de 1983 y así fue como perdí mi primera patria, una geografía conocida, la única hasta entonces.

Los años en el destierro fueron duros: añorando un lugar que creo que nunca existió, idealizado por el tiempo y por la furia de la derrota. Los años de la guerra, los meses de la angustiosa incertidumbre, la violenta persecución y la peregrinación por los desiertos helados hasta nuestro nuevo país nos pusieron a los cuatro un peso imposible de llevar. Mi madre murió de pulmonía poco tiempo después de llegar. Mi padre deambulaba por las noches mascullando nuevos odios, conspirando en los bares con otros exiliados y, a veces, cuando el vino le aclaraba los ojos, le oíamos llorar con gemidos constantes pero silenciosos, como el mar de nuestra infancia, hasta que un ataque de asma le hacía volver a ser el hombre enfurecido que salía por las mañanas al taller. Esa violencia, esa amargura, esa rabia nos educó a mi hermana y a mí. Nos pasábamos la furia de mano en mano hasta que su calor nos empezó a parecer normal, un fuego cotidiano.

Te conocí en el primer año de la universidad. Tus grandes ojos negros, tus dos mechones de pelo azul en la frente, tus pantalones raídos. Ya sabía de memoria tu geografía y cuando te empecé a besar con cuidado fue como reconocer la forma de mis manos en tus caderas, mis labios temblorosos, nerviosos y adolescentes que conocían el camino pero tenían miedo de perderlo. Vos venías de un país tropical como el mío, de violentas herencias pero vos habías salido de tu patria siendo apenas una niña. Tus padres –además- habían tenido mejor suerte y se habían marchado de tu país porque a tu madre le habían ofrecido un puesto en esa universidad donde nos conocimos cuando estudiábamos filosofía.

Como cualquier otro apátrida no dudé un momento cuando me pediste que volviera con vos a ese país tropical anclado en el mar Caribe. Siempre me gustó la idea de vivir en una isla, el lugar de tus primeros afectos. Cuando nos casamos, conseguí un pasaporte igual al tuyo y juntos fuimos construyendo esa patria pequeña, llena de flores en las ventanas, de sillones viejos, parques de amigos y palmeras, libros y cocina caribeña.

Nuestros amigos venían a menudo a nuestra casa y bebían ron hasta tarde; yo casi siempre me quedaba despierto hasta el final mientras vos dormías en mi regazo. Por las mañanas, te sentía cuando despertabas y te miraba de reojo, desnuda frente al espejo, espléndida. Nunca me atrevía a salir de las cobijas sólo por temor a romper ese momento de belleza, tu cuerpo a la luz del amanecer caribeño. Vos fingías cubrir tu piel de crema y te reías cuando me descubrías viéndote petrificado. Por las tardes, te esperaba siempre con un café humeante aunque a menudo te sentabas entre el escritorio y mi silla para forzarme a dejar de trabajar. Así fue como descubrí que la patria es el lugar del deseo.

Pero mi padre había seguido conspirando en el exilio y la dictadura que quería derrocar me terminó derrotando a mí de la manera más cruel. El gobierno de nuestra isla no dudó un momento en buscarme para saldar aquella vieja deuda de armas y pactos de sangre entre los viejos dictadores. La policía me invitó a abandonar el país en veinticuatro horas y yo no supe qué hacer.

Me viste partir con la promesa de volver pronto pero en tus ojos había una mirada extraña, como perdida en el horizonte. Desde ese otro lugar te escribía a menudo, hablábamos por teléfono todos los domingos, pero nuestra carga era muy pesada, la distancia muy grande. Toda la furia, el odio y la violencia que había acumulado en tantos años, terminaron por consumir nuestra patria caribeña.

Cuando me pediste que te dejara de escribir, entendí que mi exilio apenas empezaba. Mi padre me animaba a seguir conspirando, a derrocar ese gobierno tirano, a buscar armas y seguir la senda de las montañas. La guerra parecía ser la única salida, era la única melodía que habíamos aprendido. Pero esa canción sonaba a sangre, a pólvora, a madres muertas, a hombres consumidos por la furia, a ventanas que se rompen.

Una noche, durmiendo en la montaña abrazado de mi fusil, soñé con la imagen de tu cuerpo desnudo por la mañana. Yo te veía desde la ventana y parecías feliz, liberada del odio que mi país, mi barrio, mi familia, mi casa habían sembrado entre nosotros. Vos estabas callada pero tranquila y en tus ojos pude recordar esa alegría que alguna vez tuvimos, cuando éramos una pareja de estudiantes, y supe que ese brillo ya nunca más regresaría. Ni mi furia ni tu silencio podrían traer de vuelta ese país que construimos juntos pero que perdimos con el tiempo.

Cuando desperté entendí que ya no podía seguir así. Sin hacer ruido, dejé mi fusil en el húmedo suelo, abandoné el campamento y caminé hasta la costa, llorando en silencio. Me bañé en el mar por mucho tiempo, tratando de lavar la violencia que me había educado, de perder la furia que ahora sí quemaba mis manos. Entendí que el país de nuestro deseo ya no existía y que mi viaje por tus caderas se había terminado. Tu deseo era ahora una frontera que yo no podía atravesar, un muro que no podía combatir sin consumirme en más violencia. Comprendí que no quería seguir ese camino; había visto la mirada vacía y oscura de aquellos que, como mi padre, se habían dedicado una vida entera a la amarga ruleta del dolor.

Preferí volver al exilio para luego construir un país desde otro lugar. La tristeza me acompañó muchas noches. Mi padre murió poco después. Cuando lancé esas flores sobre su tumba, sentí de pronto una paz extraña y silenciosa: ya no se oían las balas pasar, la fuerza de las puertas azotadas, las ventanas rompiéndose, los gritos desgarrando mi garganta.

Todavía recuerdo a menudo tu cuerpo desnudo en la mañana, te imagino feliz, con tus ojos negros brillando en otros ojos. La geografía del deseo me condujo a mí también a fundar otra patria, ese lugar de los afectos donde la ardiente piedra de la furia ya no existe. Ahora me gusta ver los atardeceres y aprendí que en el Pacífico la luz más bella es a las cinco de la tarde.

Ferdonelo Gecko (Felo A.)
La Boca del Monte, San José,
27 de octubre de 2010.

El lugar de tus lunares

Los maullidos del gato le habían despertado una vez más. En ese extraño lugar entre el sueño y la vigilia, le costaba entender qué estaba pasando, porqué el gato seguía llorando. Le parecía que no era necesario, tenía agua, comida, su cajita de arena…

Recordó que la noche anterior se había encontrado con un viejo amigo que sin saber nada le había preguntado por ella. Eso fue suficiente para desbaratar su elaborado pero frágil silencio. Tomó un trago de cerveza, respiro agitadamente, sacó la carta que le había escrito y guardaba siempre en la bolsa de su camisa. El amigo cerró el entrecejo pero no le quedó más remedio que escucharle:
“Casi desde el mismo día que te conocí, supe que te ibas. Entonces ni siquiera me gustaban los gatos, no tomaba té y francamente era ese otro hombre, oscuro, torpe, el que habitaba mi cuerpo. Mis días transcurrían diligentes entre los libros y la computadora, pero el reloj siempre avanzaba a esa hora fatídica de las cinco de la tarde, cuando las heridas queman como soles. Ese día era particularmente malo, creo que era mayo todavía, y la ansiedad, angustia y desesperación me seguían ganando la partida. Decidí dejar mi laboriosa rutina y terminé tomando un café con dos amigas. Luego fuimos a tu casa. Creo que lo primero que me llamó la atención fue tu forma de comer, completamente a destiempo, eran poco menos de las seis de la tarde. Además estaba en un lugar extraño, con gente que parecía vivir como fuera de este mundo. Por supuesto que mi primera reacción fue callarme, guardar mis pensamientos y escuchar. Seguramente parecía un imbécil ahí sentado sin decir nada. Sólo al final de la tarde me animé a decir un par de cosas, recordé a mi profesora viuda y tendí un puente entre tu trabajo el mío: “…si es cierto, la tesis es como una novia celosa...” Cuando nos despedimos, era evidente que algo había cambiado aunque no nos dijimos nada.

Cuando nos volvimos a encontrar yo bailaba con una bella madrileña, que no entendió porque la dejé en plena pista de baile y con mi cerveza en su mano. Vos te acercaste, me dijiste un par de cosas y sin entender muy bien cómo, ya te había dado mi número de teléfono, casi pude oír como mi cuerpo empezaba a despertar. Te fui a buscar el martes siguiente, con miedo y arrepentimiento. La indecisión sobre el lugar adónde ir dio paso luego a una extraña complicidad.

Desde ese día, una fuerza extraña me habita, me domina. En todas mis reflexiones me repetía lo incoherente de mi situación, no me reconocía, no me creía capaz de mis transgresiones. Vos, sin embargo, te fuiste metiendo en todos mis rincones y mis miedos, me leíste completo, me fuiste ocupando como un musgo suave pero diligente. Mis absurdos ideales de amor, mis modelos estéticos y tantas cosas más se fueron resquebrajando bajo la poderosa acción de tu ternura. Tu cuerpo parecía acoplarse al mío con exactitud milimétrica. Perdí la noción del tiempo, ¿fueron semanas o años?

Fuimos a lugares hermosos, jardines de agua con olor a india dormida. Ráfagas de mar despeinaron tu risa, mis besos mudaron el lugar de tus lunares, mis dedos tatuaron tu olor en mis dobleces. Nunca he querido tanto que la carretera continuara eternamente en su negro discurrir.

Una noche, mis ojos se salieron de nuestros cuerpos y entonces supe que todo había terminado. Esa dolorosa capacidad de ver el final de la historia antes de que ocurra me castiga a menudo. Pero, en las gavetas de mi esperanza seguía creyendo que me había equivocado, que esta vez no había visto correctamente el desenlace. Incluso el mar parecía tratar de convencerme de que esta vez estaba equivocado.

Pero un día viniste a mi casa a pedirme que te ayudara a comprar el tiquete de tu viaje. Yo sabía desde el primer día que te ibas, eso incluso parecía una especie de alivio para mí. Pero las formas misteriosas a veces imitan a dios y al final nada es lo que parecía ser al principio.

Busqué alivio en la meditación, separé mi cabeza del tumultuoso batir de alas de los zopilotes sobre el cadáver y traté de resolverlo reflexivamente. Pero tu ternura estaba grabada en mi lado más humano, tu cuerpo era por supuesto un cedro sembrado en mi recuerdo, tu intensidad y tu inocente tristeza eran más fuertes que mi capacidad de abstracción.

Hoy te fui a despedir, haciendo un esfuerzo para no quererte más, mi cuerpo alerta, todas mis defensas concentradas en la racional batalla de olvidarte. Pero tu alegría, tu risa, los pétalos de tus hombros, los lunares que te sobrevuelan como constelaciones de deseo que buscan un lugar adonde acurrucarse en tu espalda, son más fuertes que yo.

Sé que mañana te vas, siempre lo supe. Entiendo que nuestro transitar fue bello, que cada sonido de tu risa es una bendición para mí, que cada milímetro de tu piel me ha hecho más grande. Te toca viajar, irte, crecer aún más, reacomodar tus ilusiones y perder tus fantasmas. Otras manos recorrerán tu ternura, bañaras otras costas con tu mirada, tus pétalos crecerán bajo otra luz.

Fue bello, eso también lo supe desde el primer momento, el tránsito de tu ternura por mi cauce desvió mis aguas hacia playas más felices. Ahora el denso fluir de los besos renacerá en nuevas espirales…”

El gato me volvió a despertar, esta vez del recuerdo, los maullidos constantes. Lo subo a mi cama, le explico lo que pasó y lo entendemos todo: que el amor es un pacto, un tránsito dialéctico de imposible cadencia, hermoso pero finito. Duele pero trasciende. El gato maúlla, yo escribo, pienso en una espiral, el ciclo del agua que se repite pero nunca es igual, nunca vuelve al lugar inicial. Pero renace, también tiene el don de renacer. Eso es lo único que importa ahora.



Ferdonelo Gecko (Felo A).
La Boca del Monte, San José.
setiembre de 2010.

jueves, 22 de julio de 2010

El beso del Ganges

Seguí tu cauce, agua de néctar que destruye mi tristeza, y me llevó hasta la ciudad. Practiqué mis transparentes habilidades para abrazarte con mis labios y alguno me dijo que tu morada húmeda estaba cerca. Entonces me decidí a mandarte un beso volado y sin coordenadas pero como la neblina que acaricia las altas montañas se dispersó por el aire.

El recuerdo de tu cuerpo tatuado en mis dedos sirvió para encauzar su rumbo, intuía la cercanía de tu risa, pero aún así no fue suficiente para encontrar tu naciente y al fin la turbia ciudad logró confundirle. Sobrevoló los techos, copas de árboles grisáceos, carreteras de negro discurrir, pero como un hilo de agua confundido en un pastizal de verano, se fue secando, fue perdiendo fuerza y altura.

Entonces se decidió a buscar algún otro rostro de mujer, mejilla fecunda para su rocío, y se estrelló cerca de la comisura del labio derecho de una estudiante que pasaba por ahí. La joven sintió una ráfaga de húmeda calidez, se sonrió y pensó sonrojada que tal vez su novio también la estaría deseando.

Nunca entendió que ese beso, flor de nube, sólo pasaba por ahí, perdido, confundido por el derretido fluir de los glaciares himalayos, altas cumbres de pasión. Pero tampoco importaba mucho no saber, la humedad placentera que le subió por el cuerpo fue lo mejor de ese día. Además, el beso podía continuar así su incesante ciclo de agua.

Ferdonello Gueco (cc: Felo Alpízar)
San José, 14 de julio de 2010.

miércoles, 26 de mayo de 2010

¿Otros entretelones del aumento de salarios de los diputados(as)?

Felipe Alpízar R.

La discusión sobre el aumento en el salario de los diputados(as) y su aprobación el pasado lunes 24 de mayo ha provocado una oleada de indignación. Numerosos artículos de opinión en la prensa nacional, comentarios en las redes sociales e insultos callejeros dan cuenta del malestar ciudadano en contra de los(as) legisladores y la propia Asamblea Legislativa. ¿Pero será esto realmente un acto de torpeza, una tontería, una muestra de pésima estrategia política?

Una premisa básica de la sociología política práctica dice que uno no puede suponer que los demás son más tontos que uno mismo. Es decir, que si cualquiera de nosotros se da cuenta de que el gobierno y sus aliados están cometiendo un tremendo error de cálculo político es evidente que ellos también lo saben. Entonces, ¿por qué siguen adelante con el aumento? La primera explicación posible tiene que ver con el característico autismo de nuestra clase política, esa condición patológica de desconexión con la realidad de la que sufren muchos miembros de los partidos políticos tradicionales. Si a esto se le añade la soberbia como rasgo fundamental del liderazgo ejercido los últimos cuatro años, uno podría pensar en estos dos elementos como una explicación posible: no se dan cuenta y si lo hacen no les importa.

Pero aún cuando esto sea cierto, este acto tendrá otras consecuencias, varias de ellas premeditadas. Y seguramente los estrategas del Partido Liberación Nacional y los grupos económicos adyacentes saben muy bien cuáles podrían ser esos efectos. Si algo ha caracterizado a los grupos dominantes es su capacidad de análisis y sus habilidades como estrategas políticos agudos.

Por un lado es evidente que estos hechos desprestigian a los legisladores que han apoyado el aumento, pero también deslegitiman a la Asamblea Legislativa en su conjunto. Esto viene pasando desde hace mucho tiempo, de hecho forma parte de una tendencia global que intenta desprestigiar todos aquellos espacios donde se ejerce la política dentro de reglas relativamente democráticas. ¿Adónde está la oposición al gobierno? ¿Cuál poder se supone que hace contrapeso al Ejecutivo? ¿Adónde se sientan los representantes electos que son críticos con el gobierno y los grupos económicos? Todas esas preguntas, como ya sabe el lector, se responden fácilmente: en la Asamblea Legislativa. De esa manera parece bastante evidente que desprestigiar al Congreso en su conjunto, aunque eso suponga el suicidio político de sus propios legisladores, es una maniobra bastante sensata desde el punto de vista de la clase dominante, es decir el PLN, PML el PUSC y los grupos económicos ligados a la economía internacional. En resumen, la práctica del serrucho, de safarle la tabla y desprestigiar a la Asamblea Legislativa favorece al Poder Ejecutivo y a los poderes económicos (el poder de facto detrás del trono) del país.

Por supuesto que alguien podría responder que el gobierno también necesita al Congreso y que no le sirve una Asamblea Legislativa desprestigiada. Eso puede ser cierto. ¿Pero cuáles leyes que interesan al Gobierno y a la clase dominante aún faltan por ser aprobadas? Por ahora sólo se me ocurre el proyecto de ley para abrir el mercado eléctrico, pues casi todas las demás ya fueron aprobadas en el marco del CAFTA. Pero de todas formas un Congreso desprestigiado pero con mayoría –como el actual- puede aprobar estas leyes. El otro tema supuestamente en la agenda es la reforma fiscal, pero uno pensaría que este asunto tampoco interesa al gobierno ni a los grupos económicos dominantes que dada la estructura tributaria del país pagan pocos impuestos. Como el ejercicio del poder también implica evitar que ciertos temas se discutan o se ejecuten ciertas reformas, parece lógico pensar que en este momento existen fuertes presiones para evitar una reforma fiscal progresiva. De nuevo, se podría suponer que el aumento de los salarios de los diputados(as) le resta legitimidad a la Asamblea Legislativa y debilita las intenciones de realizar la reforma fiscal, pues parece poco probable que el ciudadano común les crea cuando nos digan que hacen faltan sacrificios o que no hay dinero en las arcas del Estado.

Que la política es como un gran teatro, que algunos actores representan ciertos papeles y que existe una especie de guión con una intencionalidad, lo sospechamos desde hace tiempo. Ahora le tocó al Ex Ministro de Hacienda y actual diputado Guillermo Zúñiga el papel del diputado honesto y consciente y a Viviana Martín, jefa de fracción, le tocó ser la mala de la película. Luego, si Laura Chinchilla veta la ley para aumentar el salario de los diputados, será ella la heroína de esta trama. El daño a la Asamblea Legislativa estará hecho y la popularidad de la Presidenta quedará resguardada. Seguiremos sin contrapeso a los poderes fácticos y seguiremos sin reforma fiscal. Pero que siga el teatro, el show debe continuar.

San José, 26 de mayo de 2010.