martes, 19 de abril de 2011

El Malacrianza y el montador; la palabra y la dominación.

Mientras el planeta se nos descompone, algunos ambientalistas nos llaman a pensar de la misma manera como lo haría la naturaleza, a imitar sus formas, a entender sus equilibrios, biomímesis le llaman. Claro que esto no es nada nuevo, hace siglos -por ejemplo- muchos grupos indígenas americanos organizaban sus campos de cultivo de forma que existiera diversidad de plantas para que así su huerto pareciera más bien un bosque. En cualquier caso, uno se pone a pensar en el presente y cómo esta metáfora nos puede servir para entender algunas cosas.

Entonces uno se topa con varias noticias de los toros en Zapote y recuerda la historia del Malacrianza. Este toro es un animal de 700 kilos, de color negro en su cabeza y blanco en el lomo. Creo que los entendidos en la materia lo llamarían un toro pinto. Cuando lo llevan al redondel debe soportar el pesado viaje desde playa Garza (Guanacaste) para luego ser montado por un hombre que clava las espuelas en su lomo, mientras otros ajustan el pretal y por si el toro no fuera bravío le dan un acicate eléctrico considerable. Y uno no se explica por qué las personas van a los maltrechos redondeles de este país a ver ese espectáculo tan extraño pero luego uno oye comentarios de admiración por el toro, que a menudo gana en su faena. Dos montadores han muerto ya en sus lomos.

Entonces se piensa en la metáfora de la biomímesis, ¿Qué significaría pensar como un toro, en especial como el Malacrianza? Sin duda, el toro es un animal completamente ajeno a su destino, atado por mecates o cercado por un corral, probablemente destinado a convertirse en un trozo de carne en nuestra mesa o tal vez a ser el padrote o semental de muchas vacas nacidas para ese gastronómico fin. Tal vez su bravura lo ha salvado de una muerte prematura. La verdad, no creo que el Malacrianza piense ninguna de estas cosas, de hecho ni siquiera se debe dar cuenta de su absoluta heteronomía, de la dominación que sufre desde que nació.

Algún politólogo diría que el ejercicio más perfecto del poder se daría en aquella situación en la que la persona dominada ni siquiera es consciente de que su dominador configura sus deseos y le impone así un destino distinto a aquél que escogería si estuviera en libertad. Es la visión radical del poder que además define la dominación como aquella situación en la que se le impide a una persona vivir plenamente y satisfacer sus necesidades básicas según su voluntad.

Sospecho que quien postuló esa visión del poder estaría encantado de analizar el caso de Costa Rica, el país de la dominación simbólica y del poder perfecto, sutil pero implacable. No hace falta policía ni ejército para dominar a este país, para eso tenemos los medios de comunicación que sirven de plataforma y re-producen los discursos ideológicos que nos mantienen dominados. Basta que lo diga Repretel, Canal 7, La Nación o la Extra para que muchos crean que esa noticia o ese enfoque es una verdad absoluta que luego defienden como si fuera su opinión personal. Sí, como loras, para seguir con la metáfora, en fin…

El Malacrianza tampoco entiende por qué lo llevan a ese redondel, por qué le atan un mecate al lomo, por qué alguien le clava una espuela en su barriga, por qué lleva una vida tan miserable. Pero algo le incomoda, el montador para ser exactos. Y basta que el Cañero diga “puerta” para que el Malacrianza empiece a sacudir sus 700 kilos de músculo y furia hasta dejar tendido sobre la arena al pobre valiente que pensó que lo podía dominar. O pobre imbécil, no sé.

Creo que los espectadores sentados en las tablas de madera del redondel sienten más admiración por el toro que por el montador. Tal vez en el fondo saben que el bravío toro sólo hace lo que resulta lógico: que si a uno lo encierran, lo montan en un camión inmundo, le clavan una espuela y le meten un chuzo eléctrico lo único que queda es pegar brincos y usar los cuernos para tratar de quitarse de encima ese peso que le molesta. Creo además que el dueño del Malacrianza atinó en ponerle ese nombre, porque un toro que se rebela tanto es uno que rompe con lo que le han enseñado, seguro sería seguidor de Althusser.

Tal vez la palabra sea como una cornada contra la dominación, tal vez nos podamos rebelar contra la agenda de temas que nos imponen los medios. Porque así como el montador puede parecer un imbécil, la agenda de la opinión pública de este país también. Y empezando por lo de Isla Calero, se me ocurre que tal vez podamos poner al Canciller a montar al Malacrianza y regocijarnos con la tribuna que se pone de pie para aplaudir el momento cuando el toro deja al ilustre Ministro dialogando con la arena. Tal vez hasta tengamos que llamar al Chirriche y a otros famosos y furiosos toros para dar abasto con el afán de rebeldía de la gradería y seguramente tendremos que lidiar con el riesgo de que la lista de montadores se nos vuelva interminable. Tal vez este país algún día se dé cuenta que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo y por tanto tiempo. O tal vez no. Por mientras, podemos pensar en biomímesis y oír la Cumbia del Malacrianza. O enterarnos de las noticias que llegan desde Túnez y Egipto.

Felipe Alpízar R.
La Villa de San José de la Boca del Monte,
17 de enero de 2011.

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