viernes, 14 de mayo de 2010

El viaje milenario

Para todos los guecos

…Hombres de todo mar y toda tierra. Fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron con su cambiante luz, su variocielo, el viaje milenario de mi carne trepando por los siglos y los huesos…
Ángel González

La primera vez que los ví, sólo atiné a mover mi cuello siguiendo el ritmo de sus cuerpos sobre la arena. Me avergonzé del color de mis escamas al ver sus cuerpos torneados por los tambores africanos y los soles amazónicos. Entonces decidí seguirlos adonde fueran, en sus caminatas por la selva húmeda aprendí a colgarme de sus aromas y perdí el miedo a los abismos. Aprendí a columpiarme por mecates deshilachados y llenos de corales, sentí las humedades de las lluvias caribeñas hasta que el musgo empañó mis ventosas.

Así llegué hasta tus costas, donde los vi morir entre soampos, sancudos, cadenas, malaria, corredores de madera y árboles de ilan-ilan. De ellos aprendí también el arte de besar. El movimiento de mi cuello fue acompañado por el tuc tuc de mis labios llamándote.

Me ví sólo, deambulé buscando otros como ellos, mi piel se descoloró conforme subí montañas y el frío me hizo aún más pequeño. Los niños me perseguían intrigados por mi transparencia y mi extraña habilidad. Unos trataron de imitar mi llamado y se perdieron detrás de los labios de alguna niña. Otros me arrancaron la cola con crueldad, sólo para ver como se retorcía en la tierra saltando como si tuviera vida propia. Pero mi cuerpo siempre ha tenido la terquedad de renacer, la avidez de los besos.

Una niña me llevó a su casa y me mostró a los demás como “la lagartija que regala besos”. Hubo quien la corrigió con oficio científico y extrañas palabras en latín. Preferí susurrarle al oído que me gustaba como ella me nombraba, aunque en mis adentros sólo existía un nombre, el que estaba tatuado en la espalda de esos dos cuerpos africanos que me enseñaron el oficio milenario de besar.

Hace mucho que la niña también se fue. Y ahora estoy acá, buscando de nuevo tu nombre, viendóte de lejos. Y sólo cuando la noche te arropa y cubre tus hombros y una extraña luz sale de tus labios y una llama se te prende con olor a risas y piel, sólo entonces me animo a volver a mover mi cuello y lanzarte mis besos, sólo para escuchar tu voz cuando dice: “mirá que lindo ese geco, parece que estuviera regalando besos.”

felo

No hay comentarios: