lunes, 1 de noviembre de 2010

El lugar de tus lunares

Los maullidos del gato le habían despertado una vez más. En ese extraño lugar entre el sueño y la vigilia, le costaba entender qué estaba pasando, porqué el gato seguía llorando. Le parecía que no era necesario, tenía agua, comida, su cajita de arena…

Recordó que la noche anterior se había encontrado con un viejo amigo que sin saber nada le había preguntado por ella. Eso fue suficiente para desbaratar su elaborado pero frágil silencio. Tomó un trago de cerveza, respiro agitadamente, sacó la carta que le había escrito y guardaba siempre en la bolsa de su camisa. El amigo cerró el entrecejo pero no le quedó más remedio que escucharle:
“Casi desde el mismo día que te conocí, supe que te ibas. Entonces ni siquiera me gustaban los gatos, no tomaba té y francamente era ese otro hombre, oscuro, torpe, el que habitaba mi cuerpo. Mis días transcurrían diligentes entre los libros y la computadora, pero el reloj siempre avanzaba a esa hora fatídica de las cinco de la tarde, cuando las heridas queman como soles. Ese día era particularmente malo, creo que era mayo todavía, y la ansiedad, angustia y desesperación me seguían ganando la partida. Decidí dejar mi laboriosa rutina y terminé tomando un café con dos amigas. Luego fuimos a tu casa. Creo que lo primero que me llamó la atención fue tu forma de comer, completamente a destiempo, eran poco menos de las seis de la tarde. Además estaba en un lugar extraño, con gente que parecía vivir como fuera de este mundo. Por supuesto que mi primera reacción fue callarme, guardar mis pensamientos y escuchar. Seguramente parecía un imbécil ahí sentado sin decir nada. Sólo al final de la tarde me animé a decir un par de cosas, recordé a mi profesora viuda y tendí un puente entre tu trabajo el mío: “…si es cierto, la tesis es como una novia celosa...” Cuando nos despedimos, era evidente que algo había cambiado aunque no nos dijimos nada.

Cuando nos volvimos a encontrar yo bailaba con una bella madrileña, que no entendió porque la dejé en plena pista de baile y con mi cerveza en su mano. Vos te acercaste, me dijiste un par de cosas y sin entender muy bien cómo, ya te había dado mi número de teléfono, casi pude oír como mi cuerpo empezaba a despertar. Te fui a buscar el martes siguiente, con miedo y arrepentimiento. La indecisión sobre el lugar adónde ir dio paso luego a una extraña complicidad.

Desde ese día, una fuerza extraña me habita, me domina. En todas mis reflexiones me repetía lo incoherente de mi situación, no me reconocía, no me creía capaz de mis transgresiones. Vos, sin embargo, te fuiste metiendo en todos mis rincones y mis miedos, me leíste completo, me fuiste ocupando como un musgo suave pero diligente. Mis absurdos ideales de amor, mis modelos estéticos y tantas cosas más se fueron resquebrajando bajo la poderosa acción de tu ternura. Tu cuerpo parecía acoplarse al mío con exactitud milimétrica. Perdí la noción del tiempo, ¿fueron semanas o años?

Fuimos a lugares hermosos, jardines de agua con olor a india dormida. Ráfagas de mar despeinaron tu risa, mis besos mudaron el lugar de tus lunares, mis dedos tatuaron tu olor en mis dobleces. Nunca he querido tanto que la carretera continuara eternamente en su negro discurrir.

Una noche, mis ojos se salieron de nuestros cuerpos y entonces supe que todo había terminado. Esa dolorosa capacidad de ver el final de la historia antes de que ocurra me castiga a menudo. Pero, en las gavetas de mi esperanza seguía creyendo que me había equivocado, que esta vez no había visto correctamente el desenlace. Incluso el mar parecía tratar de convencerme de que esta vez estaba equivocado.

Pero un día viniste a mi casa a pedirme que te ayudara a comprar el tiquete de tu viaje. Yo sabía desde el primer día que te ibas, eso incluso parecía una especie de alivio para mí. Pero las formas misteriosas a veces imitan a dios y al final nada es lo que parecía ser al principio.

Busqué alivio en la meditación, separé mi cabeza del tumultuoso batir de alas de los zopilotes sobre el cadáver y traté de resolverlo reflexivamente. Pero tu ternura estaba grabada en mi lado más humano, tu cuerpo era por supuesto un cedro sembrado en mi recuerdo, tu intensidad y tu inocente tristeza eran más fuertes que mi capacidad de abstracción.

Hoy te fui a despedir, haciendo un esfuerzo para no quererte más, mi cuerpo alerta, todas mis defensas concentradas en la racional batalla de olvidarte. Pero tu alegría, tu risa, los pétalos de tus hombros, los lunares que te sobrevuelan como constelaciones de deseo que buscan un lugar adonde acurrucarse en tu espalda, son más fuertes que yo.

Sé que mañana te vas, siempre lo supe. Entiendo que nuestro transitar fue bello, que cada sonido de tu risa es una bendición para mí, que cada milímetro de tu piel me ha hecho más grande. Te toca viajar, irte, crecer aún más, reacomodar tus ilusiones y perder tus fantasmas. Otras manos recorrerán tu ternura, bañaras otras costas con tu mirada, tus pétalos crecerán bajo otra luz.

Fue bello, eso también lo supe desde el primer momento, el tránsito de tu ternura por mi cauce desvió mis aguas hacia playas más felices. Ahora el denso fluir de los besos renacerá en nuevas espirales…”

El gato me volvió a despertar, esta vez del recuerdo, los maullidos constantes. Lo subo a mi cama, le explico lo que pasó y lo entendemos todo: que el amor es un pacto, un tránsito dialéctico de imposible cadencia, hermoso pero finito. Duele pero trasciende. El gato maúlla, yo escribo, pienso en una espiral, el ciclo del agua que se repite pero nunca es igual, nunca vuelve al lugar inicial. Pero renace, también tiene el don de renacer. Eso es lo único que importa ahora.



Ferdonelo Gecko (Felo A).
La Boca del Monte, San José.
setiembre de 2010.

1 comentario:

Azulina dijo...

Porqué no seguiste escribiendo??