martes, 19 de abril de 2011

Emma

“Las cosas empezaron a andar mal cuando Manchas se escapó de la casa…”
Esteban Piranessi

Desde el día que Emma perdió la cartera, nunca fue la misma. Debajo de un higuerón enorme en el parque España, la niña lloraba desconsoladamente mientras los adultos leían poemas sobre amor y desamor en un festival de arte, indiferentes al vaivén marítimo del llanto de su hija. Pero entre esas lágrimas inocentes y la voz y los dientes apretados de los otros, hay una línea continúa pero zigzagueante. La niña no pudo encontrar su cartera con la carta que le regaló su amiga y un par de postales de su cantante preferido.

Y este es el punto de partida de sus ausencias, sus derrotas y sus pérdidas. Tal vez ella no se da cuenta que sus padres ya no están juntos o que Michael Jackson murió hace un par de años. Tal vez, en su cartera ahora perdida yacen los restos de su pequeño recodo de luz, esa a la que se aferra cuando las arañas de la indiferencia y la violencia le acechan en la soledad, en sus juguetes y sus noches sin dormir.

Luego vendrán otras muchas cosas que seguirán mal, perderá al amigo que morirá joven, su padre se esconderá en el trajín de los talleres y le romperá el corazón. Empezará a notar la ausencia del hermano que nunca tuvo ni tendrá, empezará a querer a su novio del cole hasta que un día él le dirá que se vaya de la casa. Un par de bolsas negras -de esas de plástico- con libros, discos y ropas enmohecidas serán todo su patrimonio. Él se encargará de sumar otra ausencia y otra derrota, y será tan cruel como para borrar hasta la imagen del amor que alguna vez tuvieron pero ya nunca más volverá, una nueva cartera que coleccionó pequeños matices del amor pero que también se perderán por la violencia de él y del tiempo. Le hundirá fragmentos de vidrio en su vientre de cisne blanco hasta que la sangre le manche las plumas y le obligue poco a poco a cubrir la ausencia con furia o resignación. Y también se irá el padre de él, el que ella nunca tuvo y las llamadas en diciembre serán sólo ecos de la muerte. Y un día tendrá que decirles a los hermanos de él, aquellos que le enseñaron el oficio de la solidaridad, que ya no les puede ver porque la sangre de su pecho blanco ya no le alcanza para más.

Y vendrán otros a sumarse a su lista de derrotas, un día perderá a su propia madre, verá a los amigos de la infancia alejarse por un camino lleno de gente, su perro morirá sin que ella se entere y le dirá adiós -sin siquiera titubear- a ese hombre alto de los ojos grandes y tiernos pero confundidos. Ella, cada vez más sola y más distante, empezará a coleccionar ausencias como quien recoge postales, con la misma frialdad de quien ya ha visto casi todo. Y un día, mientras espera para leer sus poemas, soltara los puños y los dientes para ir a abrazar a la hija de su amiga que llora sola en el parque.

Ferdonello Gueco (Felo)
La Boca del Monte, 18 de abril de 2011.

1 comentario:

Silvia Piranesi dijo...

leer en voz alta es volver a pasar por el corazón, tener las manos en forma de puño y los dientes apretados. estamos menos solos pero más solos. no semoas tantos los solos verdá felo.